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El autor de El Principito, Antoine de Saint-Exupéry, estaba lejos de imaginar que su breve obra de 120 páginas se convertiría en el mayor suceso editorial de todos los tiempos. Según la editorial Gallimard el texto fue volcado a unas 500 lenguas.
Esta obra emblemática de la literatura francesa pero que se convirtió en universal, apareció por primera vez en los Estados Unidos en 1943 publicada por la editorial Reynal & Hitchcock. Desde entonces continúa vendiendo 5 millones de ejemplares y es la más traducida después de la Biblia. Debido a la Segunda Guerra Mundial cuyo escenario fue Europa llegó allí recién en 1946. La obra fue ilustrada por el propio autor y hoy sus dibujos son tan populares y reconocibles como el propio texto. En Argentina se publicó en 1951 con traducción de Bonifacio del Carril.
Saint Exupéry fue además de escritor, aviador, y murió un año después de la primera edición de su obra, en 1944, en un accidente mientras realizaba un vuelo de reconocimiento. Por mucho tiempo se ignoró el lugar en que había caído el avión hasta que en 1998 se encontraron sus restos cerca de Niza.
El autor de este clásico de la literatura que reivindica la infancia como una edad dorada pasó poco más de un año en Argentina, país al que arribó en 1929 con el objetivo de dirigir la filial argentina de la empresa Aéropostale y para extenderla a todos los países de América Latina. En nuestro país debía habilitar el ramal hasta Comodoro Rivadavia y ver las posibilidades de prolongarlo la línea hasta Río Gallegos. Su libro Vuelo nocturno, ganador del Premio Femina, nació, precisamente de esta experiencia.
Según el escritor Álvaro Abos, el celebrado autor francés se instaló en Buenos Aires en un departamento ubicado en número 605 de las Galerías Pacífico, sobre la calle Florida. “Era un organizador, pero procuraba volar. Porque ese hombre alto, grueso, casi calvo, de andar bamboleante que algunos definían como parecido al de un oso, quería volar. Y también escribir. Volar era su vida. En lo alto, mientras el mundo quedaba a sus pies y él se hundía en el universo azul, sobre todo en la alta noche, su espíritu se apropiaba de la paz.”
Fue en Argentina donde, según Abos, el autor de El Principito encontró al amor de su vida, Consuelo Suncín, una salvadoreña que a sus 30 años ya había enviudado dos veces. Ella estaba en la Argentina porque había venido a cobrar los sueldos adeudados a su esposo quien era amigo de Hipólito Yrigoyen y se había desempeñado como cónsul argentino en París. La pareja era apasionada y tormentosa. Se peleaba y se reconciliaba de manera continua. De acuerdo con Abos, Consuelo es la famosa rosa de El Principito con la que dialoga el protagonista, y la Argentina el país en el que se encontró a sí mismo y descubrió su destino.
Es difícil saber cuál fue el disparador que lo llevó a escribir su libro emblemático, pero se dice que fue la propia Consuelo la que se lo inspiró.
Lo que sí es cierto que muchas de sus frases se hicieron famosas y son citadas a menudo. “Lo esencial es invisible a los ojos” se encuentra entre las más repetidas.
El libro está atravesado por la nostalgia de la infancia, una etapa en la que, para el autor, el ser humano tiene un espíritu filosófico que lo lleva a formularse preguntas, su curiosidad lo empuja a indagar en los misterios de la vida y es dueño de un asombro y una capacidad de entrega que no están contaminados con las desconfianzas y prejuicios de la adultez.
La dedicatoria que tiene como destinatario al niño que alguna vez fue el escritor y periodista francés Léon Werth, amigo del autor, es considerada una de las mejores y más recordadas al punto que parece formar parte del texto mismo.
Como todos los textos, aún los más célebres, El Principito también tiene detractores que lo consideran un tanto cursi, empalagoso y lo acusan de idealizar excesivamente la infancia. Pero a 80 años de su primera edición este libro breve supuestamente infantil y juvenil, escrito en un lenguaje sencillo sigue seduciendo a todas las generaciones y confirmándose como un éxito editorial sin precedentes.
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