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“Ningún gobernante puede gobernar con un cuchillo en la garganta”, dijo el jueves Lula al asistir a la asunción de Dilma Rousseff como presidenta del Banco de Desarrollo creado por los BRICS. La frase apuntó a la relación del FMI con Argentina. Mauricio Macri dejó el país al borde del abismo y cada tres meses el ministro de Economía debe rendir examen para que Estados Unidos corra el plazo de la ejecución. En pleno escenario electoral se renuevan los viajes a Washington y el arribo de delegaciones norteamericanas, como la que circula en estos días integrada por senadores republicanos y demócratas y las visitas que están por realizar la jefa del comando sur de las Fuerzas Armadas norteamericanas, Laura Richardson y la número dos del Departamento de Estado, Wendy Sherman.
Sumida en una crisis producida por la enorme deuda que el expresidente Mauricio Macri imploró al FMI –para no perder las elecciones que perdió– y que le concedió el expresidente norteamericano Donald Trump –para garantizar el control sobre la Argentina si Macri perdía–, ahora el país se ha convertido en el blanco de fuertes presiones para bloquear inversiones chinas que Estados Unidos no está dispuesto a suplantar.
No es necesario hacer un recuento de las relaciones, desde la primera invasión a las Islas Malvinas por la fragata norteamericana Lexington, en diciembre de 1831 –que derivó finalmente en la ocupación británica de 1833–, hasta esta deuda-yugo que obliga a controles periódicos sobre decisiones soberanas y apremia a los gobiernos para afectar subsidios, empleo, salarios y jubilaciones.
No es necesario tampoco un alineamiento por posiciones ideológicas. No se trata de atacar o defender al “Occidente cristiano”, como decían las dictaduras, ni estar de acuerdo con los regímenes de Rusia o China. Lo real es que es imposible recordar una acción amigable de Estados Unidos con la Argentina. Sin recurrir a la cuestión ideológica, sin recordar las relaciones históricas entre los dos países, Estados Unidos es el principal responsable (no el único) de la crisis actual de inflación y empobrecimiento. No es el único, porque además están los responsables locales, como Mauricio Macri y sus amigos que fugaron esos dólares.
El empréstito, irregular por el monto monumental, fue impuesto por Trump en el FMI. Y cuando cambió el régimen y asumió Joe Biden, aunque lamentaron las irregularidades, en vez de aceptar un acuerdo que permitiera reponerse a la Argentina, apretaron las cláusulas de control. Y ahora hay que rendir examen cada tres meses con metas imposibles en medio de sequías y guerras mundiales. Como el reo al que le postergan la ejecución cada tres meses, aquí, cada postergación –más condicionada que la anterior– se presenta como un acto de “amistad”.
Estados Unidos no es el principal socio comercial de la Argentina. Es el tercero detrás de Brasil y de China. La economía argentina está más ligada a esos dos países que a Washington. Pero China es el principal socio comercial de Brasil. Y Rusia es el principal proveedor del campo en Brasil. El 85 por ciento de los fertilizantes que necesita Brasil proviene de ese país. No hay sector más regresivo en la política brasileña, que el dispositivo sojero que depende tanto de los rusos. Esa fue la razón por la que Jair Bolsonaro se cuidó de mantener la neutralidad en el conflicto ruso-ucraniano a pesar de las presiones de Washington.
El presidente Lula estuvo el jueves en Shangai, en la asunción de Dilma Rousseff como presidenta del Banco de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) al cual se integrará en los próximos meses Argentina si es que no sucede nada en ese tiempo.
“No se puede estar asfixiando a los países como está haciendo ahora a la Argentina el FMI y como hacían con Brasil y otros países”, aseguró Lula, que también defendió el comercio y la financiación en monedas locales sin el uso del dólar y reivindicó al nuevo banco como forma de independizarse de las “amarras” de los organismos de financiamiento tradicionales, en referencia al FMI y el Banco Mundial. “Ningún gobernante puede gobernar con un cuchillo en la garganta por el hecho de que el país sea un deudor”, agregó.
El nuevo Banco de estas grandes economías tiene un fondo inicial de cien mil millones de dólares. La cifra sirve para compararla con los 55 mil millones de dólares que cedió el FMI a Mauricio Macri. Es una cifra absurda por lo inmensa, que se concedió a un solo país y se volatilizó sin dejar una sola obra. No es una fantasía como los dos PBI “que se robó el kirchnerismo”. Los pagos son concretos y los controles también. No hay que hacer ningún pozo en la Patagonia para buscarlos.
Argentina tendría que integrarse a los BRICS (que se transformarían en BRICSA) en la reunión que se hará en agosto de este año en Sudáfrica. Pero las delegaciones de Estados Unidos que, de repente han descubierto a la Argentina, más los condicionamientos que pone Washington para cada condonación de metas, vienen acompañados por imposiciones para que Argentina bloquee los negocios pactados con China, desde Atucha III, hasta la compra de aviones de combate. Pero Estados Unidos no está dispuesto a financiar la megaobra de Atucha, y los chinos sí. Y los aviones que puede comprar Argentina a potencias de la OTAN no pueden tener radares de última generación, porque lo impide Gran Bretaña. Serían aviones ciegos para la defensa. En cambio los aviones chinos son más baratos y tienen todos los instrumentos de última generación.
Estados Unidos no se ha mostrado amigable con la Argentina, a la que tiene con el cuchillo en el cuello, como dijo Lula. Tampoco se trata de buscar enemigos ni de tomar partido, más que por la defensa de los intereses propios. Salvo con las dictaduras, o con gobiernos neoliberales, como el menemismo, Argentina ha mantenido una política exterior de paz, o sea de neutralidad en los conflictos que generan las potencias.
Washington sólo ofrece apretar más el cuchillo. Y lo peor es que el cuchillo que Estados Unidos tiene en el cuello de los argentinos se lo dio Mauricio Macri cuando gobernó con Juntos por el Cambio. Las presiones cada vez más fuertes de Washington se producen en un momento de elecciones, a las que el gobierno del Frente de Todos se acerca en un escenario desfavorable por la alta inflación que no ha podido controlar y por los exámenes permanentes por la deuda.
La paradoja es que, cansados por el impacto de la inflación y otros problemas no resueltos, muchos ciudadanos, piensan que es mejor alguien por conocer que los malos conocidos. Y, sin ver los hilos que se mueven detrás de los personajes, ponen su esperanza en figuras como Javier Milei o Patricia Bullrich, los candidatos del mismo que puso el cuchillo que ahora está en el cuello de esos ciudadanos que van a elegir a sus verdugos.
Noam Chomsky reafirmó ayer que “el orden internacional está cambiando de un modelo con una preponderancia de Estados Unidos a un sistema multipolar más diverso”, donde ya no habrá un único país que domine el funcionamiento de algunos ámbitos en todo el planeta. “En el sistema mundial emergente, América Latina tiene la oportunidad de liberarse de estar demasiado cerca de Estados Unidos, como ha pasado históricamente”, dijo Chomsky.
Pese a que hay un sector de la sociedad que los percibe como “lo nuevo”, la Argentina nunca podrá aprovechar este momento de cambio planetario con personajes como Milei o Bullrich que, por convicción u oportunismo, representan al viejo mundo, donde el hegemón está en declive, haciéndoles pagar el alto costo de ese retroceso a sus aliados de la OTAN.
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