Su navegador no soporta AUDIO.
Alejandro Dolina tiene una reflexión muy linda sobre el deporte en la que aplica el concepto “suspensión de la incredulidad”, habitualmente reservado para las esferas del arte, el cine o la literatura. Según su hipótesis, para disfrutar de un partido hay que apagar ese sentido por cuanto dure la cosa y dar por hecho que lo que suceda en ese lejano campo de juego puede cambiarnos la vida, para mejor o para peor… De lo contrario, un partido no tiene sentido, no tiene interés.
Ese reinado momentáneo de la credulidad se puede hacer extensivo a la ilusión siempre presente -por más chiquita que sea- del hincha que cree que su equipo puede ganarle a cualquiera, aunque enfrente esté el Goliat más poderoso. Claro, aunque la lógica patea para el otro lado, en el deporte sobran ejemplos para confiar en el heroico “batacazo”.
Pero se ve que las reflexiones del Negro y del poeta inglés Samuel Taylor Coleridge -de quien Dolina toma el concepto de incredulidad suspendida- no llegaron a Dallas, Estados Unidos. Es que la semana pasada los Mavericks le clavaron un puñal profundo al ya malherido espíritu deportivo cuando, en plena carrera por meterse en los playoffs de la NBA, se dejaron perder a propósito para quedar fuera de competencia. Y encima de local, ante sus propios fanáticos. No hubo credulidad que los salvara.
Dallas debía ganar su partido ante los Chicago Bulls para seguir con chances de llegar a los playoffs (play-in, en realidad) ya que su rival directo por el último cupo, Oklahoma, había hecho lo propio. La derrota, en cambio, significaba chau postemporada para los Mavs a falta de un partido para el cierre de la temporada regular.
Con la soga al cuello, llamó entonces la atención la decisión del DT de “sentar” a tres de sus máximos cuatro anotadores, incluido el estelar base Kyrie Irving. Para colmo, el restante, la figura del equipo, el esloveno Luka Doncic -un crack que supo clavarle 48 puntos a la Selección Argentina en los Juegos Olímpicos de Tokio- jugó sólo el primer cuarto y unos segundos del siguiente. Pero para sorpresa de propios, extraños e incrédulos, Dallas se fue 13 puntos arriba al entretiempo. Lo que siguió por parte del DT fue no poner en la segunda parte a otros dos titulares de ese partido. Raro, rarísimo. El resultado: Chicago ganó 115 a 112.
La NBA anunció que inició una investigación sobre el accionar de Dallas y sus “motivaciones”. “Estábamos luchando por nuestras vidas y entendiendo que esa era la situación en la que nos encontrábamos, pero la organización tomó la decisión de cambiar”, se excusó Jason Kidd, el DT y célebre exbase, apuntando hacia la dirigencia de la franquicia texana.
Allí aparece el mediático multimillonario Mark Cuban, dueño de los Mavericks, quien fue capturado por las cámaras durante el Mavs-Bulls con una sonrisa un tanto diabólica mientras a su equipo (y a sus hinchas) se le escapaba la victoria en los segundos finales.
La hipótesis que le da sentido al deliberado “ir para atrás” de Dallas tiene que ver con el tan ejemplar como debatido sistema de Draft de la NBA, por el cual los peores equipos de la temporada tienen mejores chances de quedarse con los futuras estrellas -y con salarios muy accesibles- que vienen de las universidades yanquis y ligas de todo el mundo.
Así las cosas, con la derrota, los Mavericks quedaron entre los 10 últimos y se aseguraron no entregarle a New York una selección Top 10 del próximo Draft, algo que tenían acordado por un traspaso previo y hubiese sucedido si Dallas lograba meterse en playoffs. La caída autoinfligida también tendría sabor a venganza para Cuban ya que en el último receso los Knicks le “robaron” al base Jalen Brunson, quien quedó con el pase en su poder y partió hacia New York a cambio de 103 millones de verdes por cuatro años.
El Draft de la NBA es una verdadera utopía en tiempos de cada vez mayor desigualdad en el deporte, ya que entrega la oportunidad a franquicias débiles o de mercados más chicos de hacerse con proyectos de superestrellas como lo supieron hacer Cleveland con LeBron James en 2003, San Antonio con Tim Duncan en 1997 o incluso Chicago con Michael Jordan en 1983. Ninguno de estos equipos había salido campeón y ni siquiera jugado finales hasta la llegada de sus cracks.
Sin embargo, la palabra que reina en los últimos tiempos en la NBA es “tanking”. Esta se refiere a franquicias que arman deliberadamente planteles muy poco competitivos con el objetivo de quedar entre los últimos de la liga y así ligar las elecciones más altas del Draft de turno. Una falta de respeto a sus hinchas, al deporte y a sus propios jugadores, quienes al fin y al cabo son contratados por sus aptitudes propicias para la derrota.
Para colmo, la carrera por llegar a los más alto del próximo Draft fue una verdadera locura esta temporada ya que el premio mayor es el francés Víctor Wembanyama. Con 19 años y 2,19 metros, Wembanyama es un gigante con la habilidad de un base, capaz de bloquear y volcarla sin esfuerzo, tirar triples -lo más buscado hoy por hoy en el básquet- y recorrer la cancha de punta a punta con apenas algunas zancadas.
La desesperación por hacerse con los servicios del jugador del club Metropolitans 92 de la liga francesa es tal que hasta el icónico Gregg Popovich -el DT más ganador de la historia de la NBA- y sus Spurs encararon un proceso de reconstrucción en el que se desprendieron sin tapujos de sus mejores jugadores a cambio de otros de mucho menor nivel.
El récord final de San Antonio fue de 22 triunfos y ¡60 derrotas!, la segunda peor marca en la carrera de Popovich en 27 temporadas. La peor de todas fue en su primer año con los Spurs, la que le permitió ser 1º en aquel Draft y seleccionar nada menos que a Duncan. Apenas dos años después ya eran campeones. Tres temporadas más tarde llegaría Manu Ginóbili (número 57 del Draft, lo que se considera coloquialmente como un “robo”) y el primero de otros cuatro títulos, una historia más conocida por estos pagos.
Las primeras elecciones del Draft se sorteaban entre los peores equipos de la temporada, con el último con más chances, el penúltimo con un poco menos y and so on and so on, como diría Slavoj Zizek. Pero desde hace unos años se cambiaron algunas reglas para que la lucha por finalizar último no sea tan obscena. Ahora, los tres peores tienen las mismas chances de quedarse con la bolilla más codiciada: 14% para cada uno (antes el peor tenía un 25%). Estos serán Detroit (marca de 17 victorias y 65 caídas), San Antonio y Houston (ambos con récord de 22-60).
Luego aparecen Charlotte (27-55) con 12,5% de probabilidades; Portland (33-49) con 10,5%; Orlando (34-48) con 9%; Indiana y Washington (35-47) se repartirán un 7 y 6,5% en un sorteo previo; Utah (37-45) con 4,5% y el bochornoso Dallas (38-44) con un 3%. El 5% restante se repartirá entre los cuatro perdedores de la fase play-in que arranca a disputarse este martes (2, 1.5, 1 y 0,5%).
Vaya escándalo y travesura del azar sería que los Mavericks se queden con la primera selección y, como no va a ser de otra manera, con el prodigio francés. Así, no hay incredulidad que aguante.
Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *
Comentario *
Nombre *
Correo electrónico *
Web