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La agenda política de la Argentina se partió al medio el último lunes, cuando un grupo de colectiveros, compañeros de un chofer de la línea 620 asesinado en La Matanza, agredió ferozmente al ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, Sergio Berni. Un hecho que conmovió a la dirigencia política y generó preocupación en el Gobierno.
Ese día se rompió un límite en la convivencia social que encendió las alarmas en el Frente de Todos. Hartos de la inseguridad, un puñado de choferes no midió consecuencias y avanzó contra Berni hasta arrinconarlo contra una pared. Aunque el ministro lo niegue, sin la Policía de la Ciudad de Buenos Aires, que lo cubrió y sacó de la encrucijada, la situación podría haber terminado peor.
Los colectiveros sabían que estaban rodeados de cámaras de televisión y fotógrafos. Sus caras iban a recorrer el país en cuestión de segundos. Aún así golpearon a Berni con brutalidad. Para el ministro bonaerense y el gobernador Axel Kicillof, el PRO y la precandidata presidencial Patricia Bullrich estuvieron vinculados a los hechos. La Justicia empezó una investigación que no tiene revelaciones hasta el momento.
En la mañana del jueves dos choferes que le pegaron a Berni fueron detenidos en sus casas del conurbano bonaerense en un operativo espectacular, que parecía no ir en sintonía con la peligrosidad de las personas que iban a detener. La crítica a esa avanzada policial llegó del lugar más inesperado.
“¿Era necesaria la magnitud del operativo y el tratamiento que se le dio al detenido, como si se tratara de aprehender a un narcotraficante en su bunker?”, se preguntó la vicepresidenta, Cristina Kirchner, en sus redes sociales. En ese mensaje aclaró que el operativo lo realizaron, en conjunto, la Policía de la Ciudad y la Bonaerense, que está bajo las órdenes de Berni. Quedó claro adónde fue dirigido el cuestionamiento.
Ese mismo lunes, además de romperse un límite de convivencia en la sociedad, se terminó de quebrar la relación política entre el gobierno nacional y el gobierno bonaerense, entre Alberto Fernández y Axel Kicillof, entre la Casa Rosada y el kirchnerismo. Una foto que anticipa lo complejo que será negociar una estrategia común entre las partes en la antesala de las elecciones.
Hace tiempo que el vínculo entre Fernández y Kicillof es extremadamente frío. Al punto de que en La Plata se quejan de que el Presidente hace actos en la provincia y no lo invita al Gobernador. Es decir, no buscan un beneficio conjunto siendo ambos del mismo espacio político. Un vínculo extraño y dañino para la vida interna del Frente de Todos. Una relación más parecida a la que tiene el oficialismo con la oposición.
El asesinato del chofer Daniel Barrientos y el ataque a Berni generaron conmoción en el arco político, especialmente en los gobiernos de la Nación y la provincia de Buenos Aires. Desde ese lunes a este sábado el único funcionario de peso que se comunicó con Kicillof fue el Jefe de Gabinete, Agustín Rossi. Alberto Fernández nunca habló con el Gobernador. Ni un mensaje, ni un llamado
El vínculo político está agotado. Lo extraño, mirado con la lupa electoral, es que el Presidente, que aún mantiene su vocación de reelección, profundizó sus diferencias con el gobernador de la provincia con más influencia en el escenario electoral. Terminó de congelar el vínculo con el dirigente del peronismo que mejor mide en todas las encuestas. Si existe una estrategia electoral propia, no parece ser la mejor.
La nula relación entre Fernández y Kicillof expone la degradación del vínculo político entre el Presidente y el kirchnerismo, y anticipa que las negociaciones preelectorales serán en un contexto de máxima tensión. De ambas partes necesitan construir el camino hacia una amnistía para poder intentar encausar la estrategia electoral. Lo advierten en todas las terminales oficialistas pero nadie actúa en consecuencia.
Hasta el momento solo son reproches cruzados que dejan a la luz la falta de un acuerdo. Cada uno está por su lado. El último cuestionamiento fue del ministro del Interior,Eduardo “Wado” de Pedro, quien aseguró que fue Fernández el que decidió, en forma unilateral, la estrategia electoral que terminó en la aceptación del kirchnerismo de dirimir las diferencias en unas PASO. Se quejó de la falta de una mesa para negociar.
Alberto Fernández no se habla con su vicepresidenta, Cristina Kirchner; ni con De Pedro, que es uno de los ministros que tiene despacho en la Casa Rosada y que es un puente con los gobernadores en la gestión; ni con Máximo Kirchner, que es el presidente del PJ Bonaerense y titular de La Cámpora, organización con influencia en la estructura del Estado; ni con Axel Kicillof, gobernador de la provincia más poblada del país. Es difícil pensar en una gestión ordenada si reina el silencio en esas relaciones.
El peronismo atraviesa un momento de absoluta incertidumbre. No tiene un proyecto político conjunto ni una estrategia electoral. No hay claridad sobre qué harán sus dirigentes más importantes ni acuerdos a la vista. La fuerza política está agobiada por la inflación y por un sistema de decisiones completamente degradado.
Plagado de chicanas y críticas encubiertas, el Presidente y la Vicepresidenta conviven sin dirigirse la palabra ni intentar buscar puntos en común para darle un rumbo claro al Gobierno. Algunos dirigentes siguen esperando que antes del 24 de junio, cuando se cierren las listas de candidatos, ambos se sienten y logren un acuerdo para afrontar las elecciones.
En definitiva, si competirán unidos bajo la misma coalición, en el momento de las elecciones ganarán todos o perderán todos. Es lo que ha intentado explicar, sin éxito, Alberto Fernández a lo largo de los últimos meses. Como le gusta decir, recalcando la frase del papa Francisco, “nadie se salva solo”. Nadie lo escuchó. Nadie creyó que tenga razón.
La relación entre Fernández y el kirchnerismo es cada vez peor. Lejos de mejorar, frente a la necesidad de coordinar esfuerzos para ganar las elecciones, los lazos políticos se tensaron al máximo. Los puentes de diálogo que siguen existiendo, como el caso del vicejefe de Gabinete, Juan Manuel Olmos, sirven para que en el día a día no vuelve todos por los aires. No es poco para una coalición que está hundida en sus diferencias.
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